Una de las actividades que he disfrutado durante muchos años es la distribución de comida a personas sin hogar. Comencé cocinando en ocasiones especiales como el Día de Acción de Gracias y días previos a la Navidad, entre otros. Sin embargo, llegó un momento en el que el intenso trabajo me impedía cocinar con la frecuencia que deseaba. Fue entonces cuando decidí preparar paquetes con alimentos enlatados y agua, convirtiendo una limitación en una oportunidad para ayudar de manera más frecuente. Ahora, casi todas las semanas, salgo a repartir comida a aquellos que viven en las calles.
En un día como cualquier otro, llevé algunos de estos paquetes conmigo al trabajo, con la esperanza de encontrar a alguien necesitado mientras regresaba a casa. Casi llegando a mi destino, me detuve en un semáforo bajo un puente y vi a una mujer sentada, observando los autos pasar. Bajé la ventana, la llamé y se acercó a mí. Le entregué cuatro paquetes de comida y su reacción fue realmente conmovedora: una sonrisa se dibujó en su rostro y sus ojos se iluminaron de asombro. Con emoción, me agradeció en inglés y me deseó bendiciones. Corrió hacia su compañero y le entregó dos de los paquetes, mientras ella se sentaba a comer y él se arrodillaba en oración.
Mientras observaba a esta pareja disfrutar de la comida, la gratitud y el amor que irradiaban, no pude evitar emocionarme. La mujer comenzó a tirarme besos, y yo, con lágrimas en los ojos, le devolví esos gestos de cariño. Este es uno de esos momentos que permanecerán en mi memoria para siempre. Nos recuerda que podemos cambiar el día de alguien, marcar la diferencia y llenar corazones simplemente siendo empáticos y realizando actos de bondad. Llevar comida a quienes más lo necesitan es una forma hermosa de llenar nuestros corazones y los de los demás.