Desde que tengo memoria, he experimentado la presencia de Dios en mi vida. Desde niña, sentía su voz guiándome, susurrándome que, sin importar lo que me hicieran los demás, nunca debía odiarlos, sino ofrecerles amor. Este mensaje se convirtió en una constante en mi mente y en mi corazón desde una edad temprana.
Muchas personas a mi alrededor me preguntan por qué ofrezco amor y ayuda incluso a aquellos que en algún momento no me trataron bien. La respuesta yace en la enseñanza que recibí desde niña: entendí que cada persona solo puede dar lo que tiene en su corazón. Y en mi corazón, solo conocí el amor de Dios.
A lo largo de mi vida, he enfrentado situaciones muy duras. Hubo momentos en que el dolor y la injusticia parecían abrumadores. Sin embargo, nunca permití que estas experiencias amargaran mi alma. En lugar de llenarme de rencor, elegí seguir la voz que escuché en mi infancia, una voz que me recordaba el poder del amor y el perdón.
Mi corazón, moldeado por el amor divino desde mi niñez, se mantuvo puro. Aprendí a ser valiente, no porque ignorara el dolor, sino porque decidí no permitir que me definiera. Mi valentía radica en mi capacidad de seguir amando, de continuar ofreciendo bondad, incluso cuando la vida me presentaba desafíos difíciles.
Así que, sí, soy valiente. Soy una mujer que ha atravesado pruebas difíciles, pero que ha emergido con un corazón que sigue irradiando amor. Mi historia es un testimonio del poder transformador del amor y de la fuerza que se encuentra en la verdadera valentía.